De Moscú a San Petersburgo en el histórico Flecha Roja
Una de las experiencias más lindas que recuerdo de mi viaje a Rusia fue viajar en el mítico Flecha Roja, el tren de Stalin. Lo había mandado a construir como transporte para los miembros más destacados de su gobierno.
Nos costó llegar a la estación Leningradskaya, desde donde partía el Flecha Roja. Todo está en alfabeto cirílico y no hay carteles en inglés. Preguntábamos pero “no entendían” (o no querían entender), incluso los policías o los trabajadores del subterráneo.
La estación Mayakovskaya, con techo abovedado con lámparas incrustadas con elementos soviéticos
Siempre me gusta llegar temprano pero en cada estación se me iban los ojitos y bajaba a contemplar semejante bellezas de arte. Mármoles increíbles, lámparas de araña y los más increíbles mosaicos. El metro de la capital rusa, construido durante el régimen de Stalin, es un lujo.
La estación Komsomolskaya, ejemplo de la arquitectura estalinista. Con su techo de estilo barroco, pintado de amarillo, con incrustaciones de mosaicos y moldes florales. La estación representa la lucha del pueblo ruso por la independencia y sus esfuerzos contra los invasores.
La estación de Novoslobodskaya, se caracteriza por sus grandes y coloridos vitrales.
Y por fin nos encontramos. Tenía frente a mí al Krasnaya Strela o Flecha Roja. Impresionante. Después de verlo en fotos y soñarlo, ahí estaba. Me saqué mil fotos, lo toqué, lo miraba… De no creer.
El primer flecha roja que hizo el trayecto entre Moscú y San Petersburgo fue en 1931, y sólo interrumpió su viaje diario del 1941 al 1943. Conserva su aspecto desde aquel entonces y viajar en él es de película. A las 23:55 parte de Moscú y llega a las 7.55 a San Petersburgo. Pasar una noche en este tren oscila entre los 100 y 130 euros, pero lo vale. Si vas al Mundial y tenés que trasladarte entre estas dos ciudades, ni lo dudes.
Es el único tren del mundo que es recibido a su llegada a la estación con la marcha triunfal rusa, "Himno a una gran ciudad", en honor a los rusos caídos en la II Guerra Mundial. No me lo olvido más.
Y de repente, comenzás a viajar en el tiempo. Cortinas de terciopelo bordadas con las iniciales del tren, alfombras rojas, camarotes llenos de historias, las empleadas ferroviarias, llamadas “babushki”, señoras de avanzada edad, como mi abuela, al servicio nuestro. Aunque frías y secas, no opacaban mi emoción.
El compartimiento en el que viajábamos constaba de 4 literas, llamado kupé. Por suerte llegamos primeras y elegimos las de abajo, más cómodas. El ticket se puede comprar sólo con 45 días de antelación en https://www.russiantrains.com/es
No faltaba un solo detalle: iluminación por todos lados, caja fuerte, toallas, sábanas, ni hablar de la comida que ya estaba allí.
Esa noche pasaron por nuestro camarote para consultarnos qué queríamos desayunar a la mañana siguiente. Intercambiamos un poco de palabras, fue todo en ruso, con señas y no mucho más. No hablan en inglés, o “no quieren hablar”… Todavía no sé cómo es que llegué a entender y a explicarles que quería la opción de los hotcakes.
Y así fue como tocaron el timbre cerca de las 7 am. Y ahí estaba nuestro desayuno. Delicioso. Charlaba con mi amiga, miraba por la ventana y ya me imaginaba caminando por la Fortaleza de Pedro y Pablo, el Palacio de Petehof y contemplando la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada.
¡Un viaje de película en el Flecha Roja!
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