Roma, la ciudad eterna.
Hoy me levanté con ganas de Roma. De perderme por sus callecitas, de comer un buen tiramisú y fetuccini alla carbonara.
Pompi Tiramisú: de los mejores de Roma. Via Albalonga, a dos cuadras de Plaza de España
Otro MUY bueno: Two Sizes. Via del Governo Vecchio, 88. A pasos de Piazza Navona.
Esta vez me tocó conocerla en invierno, 1 de diciembre de 2017, 1 grado. Pero ¿Qué más pedirle a la vida? Pateando Roma con unos cantuccini o también llamados, biscotti en mano.
Pasear por sus calles y ver restos arqueológicos en cada esquina la hacen única.
Volví a la Fontana di Trevi, y por supuesto a tirar la monedita, con la mano derecha por encima del hombro izquierdo, como cuenta la leyenda para que de suerte.
Pasé por el Coliseo, Foro Romano y Palatino. Esta vez sin prisa. Contemplando cada edificio. Pensando e imaginando cómo habrán sido esos sangrientos espectáculos de gladiadores y animales que tanto entretuvieron a los antiguos ciudadanos romanos.
Recorrí Piazza Navona, toda decorada con motivos navideños. Soñado.
Volví al Campo di Fiori, repleto de colores y aromas. Disfruté como nunca. Saben que pierdo la cabeza en los mercados.
Qué decir de Vittorio Emanuele II. Majestuoso, la mejor palabra que lo define.
Llegué al Trastévere y me quedé sin batería. Me relajé y disfruté de sus callecitas, sin fotos.
Me acerqué a la Plaza de San Pedro, caminé y contemplé la Basílica. Impresionante sus dimensiones. Recordaba hace unos años atrás mi visita por allí.
Y llegaba el triste momento de dejar Roma. De volver a casa. Cené en AL PICCHIO restaurant, a nada de la Fontana di Trevi. Me pedí mozzarellitas in carrozza y pasta carbonara. Y la frutilla del postre, un tiramisú.
Che bella Roma
Me senté a pensar en todo y en nada a la vez. A agradecer, y recordaba todos los paseos de ese increíble viaje: la llegada a Venecia, la gran Venecia; Milán, Torino; mis recorridas por Porto y Lisboa, sus callecitas y pasteis de nata; Madrid, esa ciudad que tanto quiero y tengo en mi corazón, donde pasé 6 meses increíbles y conocí a personas que jamás voy a olvidar. Amigos que aún sigo hablando y en cada viaje veo.
Me enriquecí personalmente, maduré, crecí. La mujer que soy hoy, en parte está construida por esos meses. Recuerdo la frase de Alfred Tennyson: "Es mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca". La tristeza que tenía por el cierre de esa excelente etapa de mi vida significaba también haber tenido la oportunidad de haberla vivido.
Y los últimos destinos. Israel, el país que siempre había querido conocer. Mis días en Jerusalem, Tel Aviv y Eilat en el sur. Y llegué a Jordania, y cumplí el sueño de caminar Petra.
Y ahora en La Plata. Contenta, feliz, aprendiendo. Haciendo lo que me gusta. Aprovechando esta oportunidad para crecer. Recorriendo la provincia de Buenos Aires con un nuevo proyecto. Escuchando (para mejorar) a los padres de los cuatro millones de alumnos que componen el segundo sistema educativo más grande de Sudamérica.
El hermoso y caótico mundo de la Educación provincial, te mata. Mientras tanto, cierro los ojos y me imagino en Roma.
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